martes, 28 de abril de 2009

EL JARRON AZUL (Parte IV).

Por dos meses Cappy Ricks no volvió a ver a William Peck; el administrador general lo había mandado a los Estados del Sur y del Oeste, tan pronto como Peck se impuso de todos los detalles del negocio... de los precios, pesos, tarifas de fletes, condiciones de venta, etc.
De una ciudad telefoneó un pedido de dos furgones de madera alerce; en la siguiente de su itinerario logró que el dueño de una maderería, a quien Mr. Skinner en vano había tratado por años de venderle, conviniera en comprar de prueba un furgón de tablas de abeto fétido, de tamaños y clases surtidas, aun precio más alto del fijado por Mr. Skin­ner.
En el estado de Arizona consiguió varios pedidos de madera para refuerzos de pozos de minas, pero sólo hasta que llegó al centro del estado de Texas empezó a demostrar su extraordinaria habilidad para vender.
Allí se especializó en la venta de maderas para torres de taladrar pozos petroleros; y fue tal el bombardeo de pedidos que mandó a las oficinas generales, que Mr. Skinner tuvo que telegrafiarle pidiéndole que se calmara un poco en la venta de esa madera por estársele agotando las existencias, y que se dedicará a vender de otras clases.

Completando su itinerario, emprendió el viaje de regreso vía Los Ángeles, pero de paso se detuvo en el Valle de San Joaquín y vendió allí dos furgones más de abeto fétido.
Al recibir Mr. Skinner el telegrama fue a mostrárselo al presidente.
-"No cabe duda que Peck puede vender madera" -Anunció a Mr. Ricks un tanto corrido-. "Ha conseguido cinco nuevos clientes y acaba de mandar otro pedido de dos furgones de abeto fétido. Creo que tendré que aumentarle el sueldo el 1° del año".
- Oyeme, Skinner. ¿Por qué diablos quieres aguardar hasta el primero del año?
Ese pernicioso hábito que tienes de diferir para más tarde lo que debes hacer hoy, especialmente cuando se trata de soltar el dinero, nos ha costado la pérdida de los servicios de más de un buen empleado. Sabiendo que Peck merece un aumento de sueldo, ¿Por qué no se lo das ahora, y con gusto? Peck te tendrá buena voluntad, trabajará más todavía y por lo menos te considerará como ser humano.
-Muy bien Mr. Ricks, voy a asignarle el mismo sueldo que Andrews tenía antes que Peck tomara su puesto.
-Skinner, tú realmente me obligas a recordarte quien manda en esta empresa. Peck vale más que Andrews ¿Verdad?
-Así parece.
- Entonces por amor a la justicia, págale más y haz efectivo ese aumento desde el primer día que empezó a trabajar. ¡Vete de aquí porque me pones nervioso!
¡Un momento!... ¿Qué está haciendo Andrews en Shanghai?
-Dándole a ganar dinero a la compañía del cable - contestó Skinner con sarcasmo-. Cablegrafía como tres veces por semana sobre asuntos que él mismo debería. Matt Peasley está disgustado con él.
-Eso no me sorprende... supongo que Matt vendrá a decirme dentro de poco que yo fuí quien escogí a Andrews para el puesto, pero no olvides Skinner que le advertí que el puesto era temporal.
-Sí Mr. Ricks.
- Bueno, creo que tendré que buscar a su sucesor e impedir que Matt venga a echarme la culpa en cara. Creo que Peck tiene varias características de un buen administrador para la oficina de Shanghai, pero tendré que probarlo un poco más. (Mirando a Skinner con sonrisa picaresca), " Oye Skinner, voy a pedirle a Peck que me traiga el "JARRÓN AZUL".
(El semipálido semblante de Skinner casi se sonrojó).
-"Bueno, notifica al jefe de policía, y al propietario del bazar para que no nos cueste tanto".
Cappy caminó hacia la ventana, mirando a la calle pensativo, pero sonriendo todavía, y añadió:
"Tú convendrás conmigo, Skinner, si él me entrega el "JARRÓN AZUL" valdrá cuarenta mil dólares al año como nuestro gerente en Shanghai".
- Sin duda que los valdrá, Mr. Ricks.
- Bueno, Skinner haz los arreglos necesarios para que Peck esté listo el domingo a la una. Yo me encaragaré de los demás detalles.
Mr. Skinner le dijo que así lo haría y salió, casi no pudiendo contener la risa.

El sábado próximo, Mr. Skinner no se presentó en su oficina; de su casa avisaron por teléfono que se hallaba indispuesto. Su secretario tenía instrucciones de avisar a Peck que Mr. Skinner deseaba hablar con él ese día, pero debido a una indisposición repentina no podía verlo en la oficina; que necesitando conferenciar con él antes de que saliera nuevamente de viaje el lunes, le agradecería que lo visitara en su casa el domingo por la tarde, a la una.
Peck contestó que con todo gusto iría a ver a Mr. Skinner a la hora indicada.
A la una en punto del domingo se presentó Peck en la casa del Administrador General a quien halló en cama, pero sin síntomas de estar enfermo.
Después de desearle su pronto restablecimiento, entraron en discusión respecto a los nuevos clientes y perspectivas que Mr. Skinner estaba deseoso de que Peck investigará.

En el curso de la conferencia, Cappy Ricks telefoneó, Mr. Skinner estuvo escuchando por varios minutos, y luego Peck lo oyó decir

" Con todo gusto obsequiaría sus deseos, Mr. Ricks, si no fuera porque estoy en cama y no podré salir hoy, pero Mr. Peck está aquí y con seguridad que no tendrá inconveniente en desempeñar esa comisión para Ud."
- Claro que no - interrumpió Peck y tomando el receptor se apresuró a saludar a Mr. Ricks.
- Oye, Peck, dijo el presidente - quisiera confiarte un encargo; no puedo mandar a un muchacho, pero al mismo tiempo me da pena darte esta molestia.
- No será molestia alguna, Mr. Ricks; mande lo que guste que estoy a sus órdenes.
- Gracias, Peck, por tu buena voluntad.
Se trata de esto: Andando yo por el centro al mediodía, pase frente a una tienda en la calle Sutter, entre Stockton y Powell, donde en un escaparate ví un JARRÓN AZUL. Yo soy muy afecto a los jarrones de ornato, Peck, y aunque este no es nada extraordinario, sucede que una dama a quien le tengo gran estimación, tiene otro igual, y se que nada le agradaría más como regalo de su aniversario matrimonial que otro Jarrón como ese, para completar el par que necesita para las dos rinconeras que tiene en su comedor. Yo tengo que tomar el tren a las ocho de esta noche para llegar a tiempo a Santa Bárbara, donde ella vive, y poder felicitarla personalmente, así como entregarle el regalo, y ese Jarrón, Peck es lo que quiero.
-Muy bien Mr. Ricks, comprendo que sí no lleva Ud. Mismo el Jarrón y aguardamos hasta mañana lunes a que abran la tienda, no podrá llegar a tiempo a Santa Bárbara, sino hasta el martes.
-Ese es precisamente el caso, Peck, ojalá que lo hubiera visto ayer para no tener que molestarte; lo siento mucho.
-No necesita Ud. darme explicaciones, ni disculpas, Mr. Ricks, sólo hágame el favor de describir el Jarrón - ¿Es azul oscuro o pálido?... ¿De qué tamaño es poco más o menos?... ¿Es liso, tiene figuras?
- Es un Jarrón Cloisonné, Peck, de un azul entre pálido y oscuro, con figuras orientales de pájaros y flores. No te puedo decir con exactitud el tamaño, pero me parece que tiene como unos 30 cms. de alto, por diez de diámetro en el centro, y está montado sobre una base de madera de teca.
- Con eso basta, Mr. Ricks, yo le llevaré el Jarrón.
- Gracias Peck, muchas gracias, me harás el favor de entregármelo cinco minutos antes de las ocho en la estación del Southern Pacific; yo estaré a bordo del tren en el coche dormitorio No. 7, sección "A".
- Convenido Mr. Ricks.
- Oye Peck, el costo no será gran cosa, tú podrás pagarlo y mañana se lo cobras al cajero, diciéndole que lo cargue a mi cuenta.
- Cappy colgó el receptor.
Skinner reanudó la conferencia y Peck salió de la casa a las 3 de la tarde, dirigiéndose en seguida a buscar el famoso JARRÓN AZUL, al llegar a la calle Sutter caminó por una acera, entre Stockton y Powell; luego por la otra, y aunque con el mayor cuidado se fijó en todos los escaparates y vitrinas que había no pudo ver ningún JARRÓN AZUL o de otro color, ni tienda alguna donde vendieran tal clase de artículos.

-"Sin duda que Cappy se equivocó en el nombre de la calle, o yo le entendí mal". -Dijo Peck para sí-. "Voy a hablarle por teléfono para que repita la dirección".

Habló a la casa de Mr. Ricks, pero la criada le informó que el señor había salido, y no sabía ella donde había ido, ni a que hora volvería.
Entonces Peck regresó a la calle del Sutter y la recorrió de nuevo, sin mejor resultado que la primera vez; luego dobló sobre una de las calles que cruzaban, caminando dos cuadras en una dirección y dos en otra, y así continuó recorriendo todas las calles del barrio, sin vislumbrar en ninguna parte el consabido JARRÓN AZUL.

No por eso se dio por vencido, sino que emprendió la pesquisa en otra zona comercial; caminó calles y más calles en todas direcciones, sin mejor suerte, y como último recurso, se dirigió a una cuadra aislada de la calle Post, la única que no había recorrido, donde recordó que existían dos o tres pequeñas tiendas.

Al llegar a la última de ellas, notó de pronto en un escaparate un Jarrón que al parecer respondía a la descripción del que Mr. Ricks quería.
Al examinarlo de cerca y convencerse de que ese era en realidad el Jarrón que buscaba dio un profundo suspiro de satisfacción.
Trato de abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave como ya lo suponía; de todos modos golpeó con fuerza por si acaso hubiera alguien adentro que pudiera abrirla, pero sin resultado.
Entonces levantando la vista, vio en la fachada un letrero que decía "Browne´sArt Shop".
Sin pérdida de tiempo se dirigió al hotel más cercano, donde echando mano de una guía telefónica empezó a buscar el nombre del susodicho bazar, sin encontrarlo.
En la guía estaban escritas 19 perso­nas de apellido Browne.
Entonces pidió en la oficina del ho­tel un directorio de los habitantes de la ciudad, en el cual halló el nombre de B. Browne como propietario de un bazar de objetos de arte; situado en el establecimiento donde había visto el JARRÓN AZUL, pero sin dar la dirección de su residencia particular.
Inmediatamente cambió un dólar por níqueles y dirigiéndose de nuevo al teléfono empezó a llamar a cuantas personas de apellido Browne figuraban en la guía telefónica de San Francisco. El resultado fue nulo.
Prosiguió a consultar las guías de varias poblaciones cercanas donde suelen vivir muchas personas que trabajan o tienen sus negocios en San Francisco, y continuó llamando a cuantos Brownes encontró. Al llegar al último sin mejor éxito ya le corría sudor por el cuello.

Eran ya las seis. Peck volvió al bazar, y mirando nuevamente el letrero notó con gran sorpresa que el apellido del dueño no era "Brawne" sino "Brown". Esto hacía necesario que volviera al hotel para llamar a todos los "B. Browns" que hubiera en la ciudad.

Hizo cambiar un billete de veinte dólares en monedas pequeñas de diverso valor, se dirigió al teléfono, y de nuevo empezó a llamar a cuantas personas de nombre B. Brown habían registradas en San Francisco y los suburbios. Al cabo de quien sabe de cuantas llamadas, dió con la residencia del Mr. Brown exacto a quién buscaba, pero tan sólo para que un sirviente le informará que su amo había ido a comer a la casa de un tal Mr. Simon en la vecina población de Mill Valley. Tres perso­nas de apellido "Simon" aparecían como residentes de Mill Valley y Peck llamó a las tres, preguntando cada vez si Mr. Brown estaba allí. A la tercera llamada le dijeron que sí, preguntándole quién era,
Peck dió su nombre transcurrió un rato de silencio y luego oyó esto:
"Mr. Brown" dice que no conoce a ningún William Beck, además está comiendo y no quiere que lo importunen a menos que se trate de un asunto de suma importancia.
- Dígale que se trata de algo importantísimo, y que mi nombre es William Peck, no "Beck",
- "Deck"
- ¡NO!... ¡Peck!... ¡Peck!... ¡P, E, C, K!... llámelo y dígale que su tienda se está incendiando.
Un momento después Mr. Brown hablaba sumamente excitado:
-¿Es el jefe de bomberos? - preguntó con voz entrecortada.
-No Mr. Brown, su tienda no se está quemando, pero tuve que decir eso para hacerlo venir al teléfono, Ud., no me conoce, pero en el escaparate de su tienda, aquí en San Francisco, vi un JARRÓN AZUL que quiero comprar urgentemente antes de las 7:45, le ruego que inmediatamente se venga abrir el bazar y me venda el Jarrón.
-¡Qué demonios!... ¿Me está tomando el pelo o supone que estoy loco?
-No Mr. Brown, nada de eso... si alguien está loco ese soy yo, estoy loco por el Jarrón Azul y como tengo que salir hoy de la ciudad, quiero llevármelo ahora mismo a las 8.
-¿Sabe Ud. lo que vale ese Jarrón?
-No, ni me importa un bledo... yo lo quiero cueste lo que cueste.
-"¿Qué hora es?...déjeme ver", (y después de un momento de silencio mientras veía el reloj),
"Es un cuarto para las siete y el próximo tren para San Francisco no sale hasta las 8, así es que no podré llegar allá antes de las 8:50 -además estoy cenando con unos amigos y apenas he terminado la sopa".
- Mr. Brown, a mi todo eso no me importa, ese JARRÓN AZUL tengo que llevármelo hoy.
- Bien, si no puede Ud. aguardar llame por teléfono a Mr. Herman Joost, mi encargado que vive en Chilton Apartaments; el número del su teléfono es Prospect 3249; dígale de mi parte que vaya enseguida a abrir el bazar y le venda el Jarrón, adiós. (Mr. Brown colgó el receptor).
Peck llamó inmediatamente al número que Mr. Bronwn le dió y preguntó por Mr. Herman Joost. La mamá de éste caballero contestó, manifestando que sentía muchísimo que su hijo no estuviera en casa, pues había ido a cenar al Country Club.
-"¿Cuál Country Club?"
La buena señora no sabía, así es que Peck pidió en la oficina del hotel una lista de todos los clubes de San Francisco y alrededores y comenzó a llamar por teléfono.
Eran ya las 8 y aún no había dado con el tal Mr. Joost; en ningún Club lo conocían.
"Estoy perdido" - murmuró Peck- "Pero nadie puede decir que no perdí luchando; el único recurso que me queda es romper esa vitrina con un ladrillo y echar a correr con el Jarrón.

Acto seguido llamó a un taxímetro, le dijo al chofer que lo ayudara a la vuelta de la esquina y le pidió prestado un martillo. Cuando llegó al bazar, encontró a un policía parado frente a la puerta. En vista de eso Peck continuó su camino sin detenerse; más adelante cruzó al otro lado de la calle y se volvió.
Ya era de noche y al pasar frente al bazar observó un letrero iluminado sobre la puerta en el que el apellido del propietario no decía "Brown" sino ¡Browne!

Peck fue a donde el taxímetro lo esperaba y se volvió al hotel. Teniendo una de esas almas que no aceptan la derrota fácilmente, volvió a llamar por teléfono al domicilio de Mr. Joost Prospcet 3249, y por primera vez la suerte lo favoreció... Mr. Joost había regresado.
Peck con voz ansiosa, le informó y de la orden que había dado Mr. Brown, el cauteloso Joost constestó que primero tendría que hablar por teléfono con Mr. Brown para cerciorarse de que era cierto, agregando que si Mr. Brown confirmaba la orden, él estaría en el bazar antes de las 9.
Con la impaciencia que es de suponer, Peck lo aguardaba. Finalmente a las 9:15, Joost se presentó, acompañado de un policía, que por precaución había pedido que lo acompañara; encendió las luces, abrió la puerta y con gran cuidado sacó del escaparate el JARRON AZUL.
"¿Cuánto Vale?" - Preguntó Peck.
-Seis mil dólares - contestó Joost, tan fríamente como si hubiera dicho cincuenta centavos.
Peck tuvo que reclinarse sobre el mostrador para no caer.
"¡Seis mil dólares!" - exclamó en una voz y con un semblante de desesperación.
(Tenía en el bolsillo diez dólares solamente)
-"¿Acepta Ud. mi cheque Mr. Joost?"
- Yo no lo conozco a Ud. Mr. Peck - respondió Joost.
-¿Dónde está su teléfono?
Joost condujo a Peck al teléfono, y éste llamó a la casa de Mr. Skinner.
-"¡Mr. Skinner!" - Balbucéo Peck - "Estoy en un terrible apuro y casi exhausto; conseguí que abrieran el bazar, pero el Jarrón que Mr. Ricks tanto desea cuesta seis mil dólares y yo entendía que costaba una friolera".
- Por tu madre, Peck, ¿Has estado en busca del Jarrón todo ese tiempo?
- Sí, y estoy dispuesto a llevármelo... hágame el favor de traerme aquí, al bazar de Mr. Brown, en la calle Post cerca de la avenida Grand, los seis mil dólares, porque yo ya no tengo fuerzas para ir por ellos.
- Mi querido Peck - replicó Mr. Skinner compasivamente­ no tengo aquí seis mil dólares, esa es una cantidad demasiado grande para llevarla en el bolsillo o guardarla en casa.
- Bueno, entonces tenga la bondad de venir al centro inmediatamente, abrir la oficina y sacar el dinero de la caja fuerte.
- Eso no lo puedo hacer, Peck, porque la caja fuerte tiene una combinación que nadie puede abrir antes de cierta hora.
-Mr. Skinner, hágame el favor de venir de todos modos para que me identifique en alguna parte donde puedan aceptar mi cheque personal.
-¿Tienes suficientes fondos en el Banco, Peck?
Esto puso fin a la conversación y Peck llamó en seguida a la casa de Mr. Ricks, sabiendo que allí residía su yerno, el Capitán Peasley. Afortunadamente lo halló en casa, y Peasley lo escuchó con bastante amabilidad.
-"Peck, es casi increíble que te hayan asignado una misión semejante"- dijo el Capitán Peasley -"Sigue mi consejo y olvídate del JARRÓN AZUL.
- No puedo replicó Peck, Mr. Ricks, se sentiría muy contrariado si no le entrego el Jarrón, él se ha portado conmigo de manera espléndida y considero un deber in­eludible cumplir este deseo suyo.
- Pero ya es muy tarde, Peck, para entregárselo; se fue en el tren de las 8 y ya son las 9:30.
- Lo sé, pero si puedo obtener posesión del Jarrón, yo se lo entrego antes de que baje del tren en Santa Bárbara a las 6:00 de la mañana.
- ¿Cómo?
-Aquí en el Aeródromo tengo un amigo que con gusto me llevará en su avión a Santa Bárbara.
- ¡Estas loco!
- Lo sé pero por favor présteme seis mil dólares
- ¿Para qué?
- Para comprar el JARRÓN AZUL
- Ahora ya no me cabe duda de que estás loco... si Mr. Ricks supiera que habías pagado seis mil dólares por ese Jarrón, te mandaría al manicomio.
- Oiga Mr. Peasley, ¿No me presta los $6,000.00 dólares?
- No peck, vete a tu casa a dormir y olvídate del maldito jarrón azul.
- ¡Por favor, Mr. Peasley!... a Ud. le pueden cambiar un cheque porque lo conocen bien y a mí no; además hoy es domingo.
-"Bueno" - interrumpió Mr. Joost -"¿Vamos a estar aquí toda la noche?"
Peck, colgando el receptor, lo miró en actitud de desafío y le dijo:
"¿Es Ud. conocedor de diamantes?"
- Si contestó- Joost.
- ¿Me aguarda aquí hasta que vaya al hotel para traer uno?
-Sí
William Peck salió cojeando tan prisa como pudo. Veinte minutos más tarde estaba con un anillo de platino que tenía un hermoso brillante cercado de zafiros.
-"¿Cuánto cree Ud. que valga éste anillo?»
Joost lo miró no con disimulada admiración y dijo que bien valdría uno seis mil quinientos dólares.
-"Se lo dejo en prenda" - Peck se apresuro a decir- "Deme un recibo y cuando haya cobrado Ud. mi cheque vendré a redimirlo".

Quince minutos después, con el Jarrón Azul cuidadosamente empacado, Peck entraba a cenar a un Res­taurant.
Al terminar ordenó un taxímetro y a toda velocidad se dirigió al aeródromo. Allá se informó de la residencia de su amigo aviador, se comunicó con él, y a la media noche ambos y EL JARRÓN AZUL se perdían en las nubes, rumbo al sur.

Hora y media más tarde aterrizaron en el valle de Sali­nas, cerca de la vía del ferrocarril; Peck corrió hacia la vía férrea con un periódico en la mano, y pocos momentos después, cuando vió que el tren en que venía Cappy Ricks se aproximaba, hizo del periódico una antorcha y empezó hacer señales en medio de la vía.
El tren se detuvo, el conductor abrió la puerta de uno de los coches para averiguar que pasaba y Peck se metió de un salto.
-"¿¡Quién diablos es usted!?" - Preguntó el conductor - "¿¡Porqué hizo parar el tren?!".
- Por que tengo urgencia de ver a un pasajero que aquí viene, en la sección "A" del coche No.7; yo le pago mi pasaje.
-¡Ah?, es un señor de baja estatura, de avanzada edad, ¿Verdad? antes de partir de San Francisco me preguntó si no había visto a un individuo con un paquete bajo el brazo.
- Sí, ese individuo soy yo, aquí traigo el paquete que no pude entregarle a tiempo, hágame el favor de llevarme a su sección. Hubo de tocar el timbre varias veces para despertar a Cappy Ricks, quien al fin abrió la puerta, en su bata de noche.
-"Soy William Peck, Mr. Ricks; perdone que venga a importunarlo a esta hora, pero es que tropecé con tantas dificultades para poder conseguir el JARRÓN AZUL que Ud. tanto quería, que no pude llegar a tiempo a la estación.
La dirección de la tienda no era la que usted me dió; tuve que buscarla por todo San Francisco, y llamar por teléfono a todos los "Browns y Brownes" que hay allí y en los suburbios, y además, fue imposible conseguir un domingo por la noche los seis mil dólares que costaba el Jarrón, pero aquí lo tiene Ud. porque le prometí entregárselo y lo que yo prometo lo cumplo".
Cappy Ricks miraba a Peck con ojos azorados, como si lo creyera loco.

Luego se echo a reir, lo hizó tomar asiento, y empezó a referirle de todas las dificultades con que tropezó habían sido fraguadas intencionalmente, desde la dirección equivocada del bazar hasta el precio del Jarrón, pues en realidad sólo valía $60.00, al oír esto Peck, casi se desmayo, pero rehaciéndose, pronunció en tono grave y airado; Mr. Ricks, si no fuera porque Ud. es un hombre de avanzada edad y porque le debo favores, no sé que le haría por esta broma tan pesada que se ha permitido jugarme". Con los ojos húmedos de lágrimas, como quien ha sufrido un terrible desengaño y siente el corazón herido, continuó, Mr. Ricks, yo estoy acostumbrado a obedecer órdenes sin ambajes, por necias que parezcan, a cumplir con los cometidos que se me confían, con puntualidad si es posible, y si no, tan pronto como sea posible. Desde muy joven me imbuyerón lealtad para mis superiores, pero ahora realmente me duele que mi estimado jefe actual haya querido hacer de mí un payaso... burlarse de un fiel servidor. Desde hoy en adelante puede Ud. mandar a Skinner o a quien le dé gana, a vender su abeto fétido apestoso que tanto trabajo me ha costado darle salida.

Cappy Ricks pasó cariñosamente la mano por la cabeza de Peck, y le dijo­
-"Mi querido Peck, bien sé que lo que hice fue cruel, extremadamente cruel, pero tengo que confiarte un puesto de tal importancia que necesitaba ponerte antes a prueba para cerciorarme de que podrás desempeñarlo.
Por eso te confié la tarea más ardua que doy a los que necesito para los cargos que requieren hombres que nunca se dan por vencidos. Ahora te hago saber, hijo, que en vez de haberme traído un JARRÓN, que vale $6,000.00 dólares, saldrás de este tren con un puesto de cuarenta mil dólares al año como gerente de nuestra oficina de Shanghai"

La sorpresa de Peck no fue menor que la que había recibido antes, al oír estas palabras, y Mr. Ricks continuó: -"De quince hombres a quienes he dado como prueba la entrega del Jarrón Azul, tú eres el segundo que ha salido vencedor".
- Gracias, Mr. Ricks, y perdóneme lo que le dije. Haré de mi parte todo lo posible para desempeñar mi cometido en Shanghai a su entera satisfacción.
- Eso bien lo sé, Peck, pero dime. ¿No te viste a punto de abandonar la empresa al tropezar con tantas dificultades casi imposibles de salvar?
- Si señor, entraron deseos de suicidarme antes de haber llamado por teléfono a cuantos "Browns y Brownes" hay en San Francisco, pero yo no acostumbro empezar una tarea y dejarla a medias, especialmente desde que, estando enfermo una vez en el hospital, y habiendo casi perdido la esperanza de restablecerme, un amigo fue a verme y me dijo: "William tú no estás tan grave como crees... vas a vivir muchos años todavía". Yo le contesté que no le creía. Entonces, mirándole con un semblante serio, agregó: "William Peck no es de los que se dan por vencidos y va a recuperarse... para principiar sonríe". Desde entonces, mi lema para todo lo que emprendo es: ¡LO HARÉ!

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